domingo, 20 de diciembre de 2009

Cerca Me Hace Lejos (O De Como El Cliché No Funciona)

Parados Una delante de Otro se miraron. Un cruze de miradas, una más filosa que la otra, y ésta, encontraba perfecto el ángulo del miedo superpuesto en la abisal retícula que lleva justo al umbral del ser. De pie, hundiéndose en pensamientos que poco señalaban el acto que sucumbirá: el desastre positivo. No había justicia para la vergüenza, ni actitud para el miedo, de hecho, el aire mismo anunciaba la carencia de un sistema de reglas y autocensura. Por fin, Otro, tomó un poco del aire en la habitación, y Una sintió que le faltaba el mismo, instante pasó cuando se acercó y repuso la falta del vital con el aliento de Otro, éste colocó su morena mano sobre la nívea de Una, palpó uno a uno los largos e intensos dedos, se contrayeron con un mínimo salto del miembro entero que llegó hasta el hombro. Poco a poco y uno a uno se entrelazaban los dedos, primero, besando cada yema a su igual, para luego dar una abertura más simple a la unión bicolor de los pequeños galantes. Más arriba, aún había una intensa lucha de miradas, de pensamientos, de miedos y vergüenzas. Los alientos cada vez se sentían más cerca, más calidos, las miradas dejaban de pelear, y se unían en una misma para explorar, con fineza, cada pestaña y cada gama de color en el iris. Se acabó el aliento, y un cuarteto de humedos labios se unieron, se consagraron en un trance, en una serie acciones repetitivas, en un abrir y cerrar, el aliento ahora era uno. Abajo se soltaban los veinte soldados para dar paso a la libre busqueda táctil del placer. En grupos de cinco se separaron para encontrar el mejor lugar, el más cómodo, el más dichoso. Otro comenzó por la ternura de la cintura, Una actuó de igual forma. Atentos a cada señal que daban las yemas, detenían un poco para propinar regocijo a las vías sensitivas, aunque fuera superfluo dado que había varios obstáculos entre los pequeños mensajeros y su mensaje. Así, uno a uno comenzaron a derribarlos, y sólo esto provocó que el aliento, que ya era uno, se dividiera, las miradas volvían a cruzarse, pero ya no luchaban, era compasión, nerviosismo, y por qué no, un mucho de cariño lo que se decían. Principiaron por la parte de arriba, derribando el primer impedimento del goze. Sosegadamente se dejaban ver las imperfecciones más íntimas del cuerpo. Se miraron de nuevo, pero ya no a la cara, era la no perfección lo que gustaba y llamaba tanto la atención de los protagonistas. Otro miraba al ser más bello que hubiera tenido frente a sí. Entonces, mandó a sus diez ayudantes a eliminar otro inconveniente, y así desabotonó con la caricia más dulce y de la forma más sobria la prenda que guardaba uno de los deseos más solicitados, y menos dados. Empuñó por ambos lados un poco de la tela a la altura de las caderas, bajo silenciosamente hasta el suelo, mientras un mar de emociones corrian sobre él, miraba la perfecta mina del pecado y sus dos vigilantes, al llegar a los tobillos, levantó a uno de los guardas para desprenderle su armadura, mismo destino tuvo el otro. Entonces, con la dulzura que caracteriza a la historia misma, Otro derramó el cuerpo de Una sobre la cama, el dejábase caer sobre ella y su cuerpo casi al descubierto total. Una, con astucia que sólo ella tenía, ya había despojado de toda armadura a Otro. Él besó cada poro, cada terminal nerviosa, cada fluir de emociones, rodeaba con delicados truenes de labios la boca de Una, luego recargando su peso sobre el lecho, descendía de forma bastante atinada, en ocasiones el cancerbero de la boca salía para alimentar más el deleite. Paseó ambos brazos por su cuerpo, comenzó en la desnudez de sus hombros, recorrio, con la caricia más sumisa, desde su brazos, y de regreso hasta llegar a su espalda y por fin rompió el candado que resguardaba el amparo del crimen, rozó dócilmente la impecable circunferencia de ambos amparos, los rodeó paulatinamente hasta llegar el centro y climax de ellos. El cancerbero salío una vez más de su escondite, sólo para humedecer y atacar con sutileza el centro de tales crímenes. Ella dejó escapar el primer sonido del frenesí. Su camino estaba marcado de antemano, con halago y ternura llegó por fin a la parte más oscura del pecado. Ya en la diana de su recorrido, despojó de la última de las prendas a Una, y pasando la punta de su lengua entre los vigilantes, y estos dando permiso, comenzó una ceremonia bucogenital que provocó el escape de más sonidos, de un contorsionismo exahusto, de satisfacción y de plenitud indescriptible. Ya no había más pensamientos, ya no se percibía qué aliento era cual, pese a que uno estaba en tan ardua labor. Por fin Otro subió y las miradas se volvieron a encontrar por un instante, en el cual, lo único que se podía notar en ellas era un primitivismo y una necesidad de satisfacción pura y carnal. No hay forma de describir el encuentro entre la mina y el yacimiento, la respiración aumentó gradual y rapidamente, todo se hacía más sensible, y hasta un soplo de aire provocaba exaltación en ellos. Sentían el calor de los cuerpos como si fuera el de sí mismos, cada saltar de los músculos lo percibía el otro, estaban llegando el punto clave del encuentro, ya no eran Una y Otro, sólo era un cuerpo el que estaba sobre la cama, lleno de exitación, agitado, ansioso, si un voyeur hubiera observado, pensaría que se trataba de la masturbación de un ser hermafrodita. De éste modo, entre una lucha insensata, en entrar y salir, cerrar y abrir, cada gota de sudor que generaba uno, entraba por el cuerpo del otro, cada pensamiento ahora era uno solo, y sabían exacto lo que el otro deseaba, en ir y venir de movimientos corporales de todo tipo, el ser explotó en una serie de orgasmos inimaginables, uno tras otro, el venidero era más intenso que su antecesor, y así, una vez que se cumplieron la infinidad de conmociones exitantes, que el sonido más íntimo de las cuerdas bucales se manifestó, se fraccionó de nuevo, dejando dos cuerpos empapados sobre el lecho. Se miraron de nuevo, pero esta vez, no expresaban nada, estaban inertes, gozando de los últimos residuos del arranque.